WhatsApp se ha impuesto con autoridad como servicio sustitutivo de los clásicos SMS. Su principal valía, el envío de mensajes gratuitos, sin restricciones y con valores añadidos han permitido que la app ahora en poder de Facebook
se haga universal. Sin embargo, su uso intensivo ha distorsionado
totalmente la utilidad de los mensajes de texto hasta tal punto de
convertirse en una de las principales vías de comunicación más habitual
entre las personas que disponen de un smartphone. Este efecto es un arma
de doble filo.
Hace diez años podíamos escuchar entre amigos: “te mando un SMS para
decirte dónde estamos”. Ahora, con WhatsApp, ese mensaje “informativo”
se ha convertido en una conversación de tú a tú en tiempo real, que por
supuesto tiene sus pros y sus contras. Y es que en la actualidad no solo
indicas el nombre del local en el que estás, sino que ofreces detalles
de cómo llegar, quién se ha unido en el último momento e incluso la
tontería de turno que ha dicho Pepe hace unos minutos.
Whasap interminables
Lo cierto es que es una situación muy habitual que ese SMS de hace
unos años se convierta en una lluvia de mensajes relativamente fluida
por espacio de unos minutos. Sin embargo, el uso intensivo de los
mensajes de WhatsApp, promovidos principalmente por su “coste cero”, ha
motivado que las conversaciones se alarguen más de la cuenta.
¿Cómo diferenciar cuándo recurrir a las llamadas para optimizar nuestro
tiempo empleado? En un buen número de ocasiones acabamos por perder las
perspectivas de cuándo cortar por lo sano y entablar una conversación
telefónica, lo cual deriva en cierta repulsión hacia lo que empieza a
significar WhatsApp.
Los factores personales y los mensajes inoportunos
Y es que toda esa parrafada que hemos leído y a su vez escrito
durante 10 minutos podríamos haberla abreviado con una llamada de dos
minutos, máxime ahora cuando el precio de las tarifas planas y el coste
por minuto están por los suelos. El efecto se ve potenciado cuando las
“conversaciones” entabladas a través de WhatsApp se prolongan hasta el
infinito. Además, debemos añadir otros factores como es el estado anímico y disponibilidad de los emisores y receptores de los mensajes.
¿Quién no se ha visto en la obligación de atender los mensajes de forma
descontinuada, sin fluidez, o incluso dejar de prestar atención por
desgana y/o falta de tiempo?
¿Quién dijo qué?
Otro punto controvertido en WhatsApp es la creación de grupos.
Hasta 50 personas se pueden unir y escribir a la vez en un chat. La
locura es total y no siempre se puede seguir el hilo de una conversación
grupal ya que puede que cuando uno escribe no todos los asistentes lo
leanen ese preciso momento. Esto puede generar ciertas asperezas y
mosqueos, los mismos que el tono interpretado de todos esos “whasap”.
Lejos de comunicarse, los participantes pueden entender un mensaje
guasón, sin maldad y que hubiésemos entendido en una conversación de tú a
tú, en una ofensa.
El creciente aborrecimiento
Por estos motivos y otros tantos que genera el uso sin medida de
WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea se ha convertido en
todo un reto para quienes recuren a ésta como principal herramienta
comunicativa. Tanto es así que no son pocos los que empiezan a sentir
cierta repulsión hacia ese WhatsApp que no aporta tantos beneficios, un
desgaste que puede ser el inicio de una caída, la explosión de la
burbuja. Por suerte, atrás quedan los malentendidos del “doble clic” y
el registro de la última hora de conexión. ¿Será la implantación de las llamadas VoIP el bálsamo más acertado para seguir potenciando la presencia de WhatsApp en los smartphones?
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